martes, julio 20, 2010

Cadenas mágicas

Salim tenía enomes problemas para su corta edad. Tenía sólo 8 años y su padre ya le hablaba de matrimonio, de encontrar una mujer con valores que no excedería por mucho su edad y de un palacio que debía construir si quería tener más de una esposa. A sus hijos debía educarlos, dar las raciones de comida en agradecimiento a su llegada, enseñarles la religión y encaminarlos por el buen sendero, aunque ello implicara algunos correctivos. Era un niño y debía buscar y elegir a una mujer sumisa que siempre lo obedeciera y con quien pudiera preservar su especie y su religión.
En cambio, a su edad, Tomás sólo se tenía que preocupar por ver si los reyes le habían llevado el último xbox, si sus padrinos le daban su domingo ole llevaban algún juguete, un rato la escuela en la semana, ganar el partido de fut de la escuela y tender su cama por las mañanas.
Los años pasaron, Salim encontró a la mujer que buscaba, se enamoró y aunque ella no le correspondía mucho, siempre estuvo obligada a hacer lo que él dijera.
Tomás conoció, ya pasada la adolescencia, a Fernanda. La vio, se enamoro en el instante, aguardo algún tiempo y cuando empezaron a salir se dedicó a enamorarla. Buscaba alguien con quien compartir su vida, sus penas, sus alegrías, su llanto, sus enojos, sus berrinches y hasta sus pucheros.
Fernanda era antiamor, estaba convencida de que su vida transcurriría sólo con ella misma. Cuando csalió con Tomás no creyó que pudiera haber mucho, después vio sus detalles, flores, llamadas, mensajes, chocolates, el cine, los cafés...
Cada día era una prueba involuntaria por saber si hacía lo correcto al enamorarse de él. Poco a poco fue conociéndolo, se metió en su entorno, convivió con su familia, platicaban de presentes y pasado y cada día se convencía más, se enamoraba más, hasta que llegó a una conclusión.
No eran las pelis, las cenas, las fiestas ni las desveladas, eran los pequeños detalles los que la hacían enamorarse cada día más de él, las fotos, los videos, las charlas de recuerdos buenos y malos, la historia de su familia, porque eso le hacía entender quién era él, de dónde venía, cómo y con quién había crecido, por que eso definía el hombre que era a sus 29 años y del cual ella se había enamorado.
Ella había elegido estar con él por eso, porque dentro de todo, desde el principio había abierto su corazón y le iba mostrando por cachitos la película de su vida, lo decía, lo contaba, no lo evitaba con pláticas ociosas, eso indicaba, según Fernanda, que podrían tener una relación tan larga como las cadenas mágicas que nunca se quiebran.

miércoles, julio 07, 2010

La sonrisa envidiable

María, Toño y Pedro se subieron al camión con sus guitarras y su pequeña pianola de aire. No pagaron y no se veía que les agradara mucho subir a extender la mano, pero la realidad es que tenían una sonrisa envidiable para todos los viajeros que sí habían pagado.
No es que fuera una sonsrisa colgate, de esas perfectas que aparecen en comerciales, simplemente era una sonrisa sin preocupaciones. Empezaron a mover las manos y sacar sonidos de las cuerdas de la guitarra, cantaron algo que iniciaba como "a placer, puedes tomarte el tiempo necesario..." y María los acompañaba con algunos coros.
Se ve que se querían, pues al cantar se miraban a los ojos, reían con los errores, los desatinos o los tropiezos que provocaban las paradas repentinas del bus.
Después tocó el turno de ella y con una linda voz, firme, fuerte y entonada, cantó algo que creo que decía "Yo tenía una esperanza, en el fondo de mi alma, de que un día te quedaras tú conmigo...".
Cada que terminaban de cantar ellos mismos se aplaudían, se reverenciaban y volvían a empezar, con otra canción.
Al final dijeron que la cooperación y la cantada les permitían seguir con sus estudios. "Sabrá Dios si sea verdad", dijo una señora.
Pero todo parecía indicar que no iban drogados, ni tomados, que tenían talento para la música y que fueron tres de los 200 mil jóvenes que no lograron entrar en el sistema de educación pública, a quienes les fueron ofrecidas becas parciales y por lo cual tienen que pagar mes con mes una colegiatura.
También forman parte del millón de empleos que el presidente no pudo crear para los recién egresados de universidades, en lugar de un empleo digno con salario suficiente para vivir y prestaciones de ley, han optado por el empleo informal de la caridad a cambio de arte con el que no ganan mucho pero tampoco pagan impuestos.
Ellos siguen viviendo con sus padres, tienen lo que ganan en el día, comen lo que alcanza con lo que sacan de la chamba luego de repartirlo entre las copias, los libros y los materiales.
Son estudiantes de filosofía, quizá por eso toman la vida tan tranquilamente; pueden ser estudiantes de derecho, aunque ya habrían buscado ropa más decente para aparentar ser el abogado del diblo; si se les ve fijamente la verdad es que quién sabe que demonios estudien, si estudian, no se sabe qué harán de sus vidas, no piensan a futuro, tampoco a presente, la chamba no deja pensar nada más que en qué podrán comer hoy y aún así tienen esa sonrisa envidiable del joven estudiante...