sábado, septiembre 04, 2010

La marimba

Una mujerde cincuenta y tantos esboza una linda sonrisa mientras esta entre los brazos de un chico de veintitantos, qué más puede pedir si de fondo tienen un rico danzon y su cuerpo sigue el ritmo del baile de aquel muchacho.
En Tuxtla Gutiérrez,según dice la gente, todos los dias hay entre tres y cuatro horas de musica con marimba en el parque que lleva por nombre el del instrumento sonoro.
Las parejas se acercan al centro y comienzan a sacarle brillo al piso frente a la multitud que sólo ve y disfruta del espectáculo: la música y el baile.
Un señor baila con su mujer, entre ellos hay un contacto visual envidiable, se miran por momentos, coquetean al verse mientras ella da una vuelta, se entienden en un lenguaje invisible acompañado de unas manos que transmiten amor, se dicen palabras cuando sus ojos se juntan a distancia.
Él tiene las mano en su cintura, con ella sigue el ritmo de las caderas de su esposa, a veces las dirige, la cadencia los eleva sin que se den cuenta a otro mundo donde sólo están ellos dos y sienten cada movimiento, cada paso, cada roce.
Aquella mujer, con el instructor, viste de azul con blanco, un traje típico, tacones altos y peinado tradicional. Un paso, otro, ella se mueve como si tuviera 20 años menos, con la espalda erguida, los brazos en alto, mira al joven como embelesada, ero él no la mira, ni siquiera por equivocación, su mira se esparce entre la gente, como si esperara ver a alguien o si buscara mejor compañía.
En un baile tan sabroso, como casi en cualquier baile, y en el que el juego de miradas se vuelve indispensable, necesario, deseable, lo mismo que el roce, el coqueteo, el no tenerlo casi podría entenderse como rechazo, algo horrible para una mujer

Las cascadas

En Agua Azul y sus cercanías sobra el platano, el clima es caluroso y húmedo, tanto que a veces cuesta trabajo respirar con naturalidad, los pulmones están acostumbrados al smog, no al oxígeno puro que significa estar en Chiapas.
El camino está lleno de curvas y de palapas que venden ropa de manta con bordados multicolores, propios de la zona. Acá la gente o tiene coche, burro,caballo o camina por kilómetros, pero viven sobre los cerros selváticos y eso es, quizá, lo que más valor tenga en sus vidas.
Afuera de las casas amontonan los bloques de madera, la leña para hacer el fogón y cocinar. Las camionetas llenas de turistas avanzan aprisa y de pronto, en el panorama aparece un pequeño a la orilla de la carretera, sentado en un tronco, gira su torso a la izquierda y señala, con la mano derecha que ha sacado de su boca, un vehículo que pasa. Podría tener unos 4 años, aunque quizá sea más, la alimentación en Chiapas hace engañozos los cuerpos de sus niños.
El pequeño que mira es de tez morena, cabello negro, pantalón naranja de manta y
una camisita blanca, no lleva zapatos.
El camino sigue, no se acaba nunca, el coche avanza pero parece nunca llegar, eso pasa en Chiapas donde la vereda mejor construida tiene baches y la peor se desmorona. El camino lleva a Misol Ha, unas cascadas lindas, según nos prometieron, pero por tramos se ve a los chiapanecos arreglando los deslaves, revisando las partes sensibles, reponiendo la carpeta asfáltica bajo ese sol, en medio de un pulmón de México.
Las casas que la gente construye a un costado de las carreteras son lo más sencillo, los muros son de madera, los techos de lámina, pocos construyen con ladrillos y cemento, muchos no tienen vidrios en las ventanas, no tienen muebles, sólo mesitas para poner el aparato de música, banquitos para sentarse, algunas hamacas...es tan alejado de un México en el que sus ciudadanos sufren porque quieren el celular más moderno.
Lo que tiene la gente acá la naturaleza se los ha dado, han ido haciendo y formando poco a poco su hogar, su trabajo está en las manos, los brazos, trabajan para vivir, no como aquellos que trabajan con la mente y que de tanta saturación terminan entregando su vida al trabajo.