domingo, enero 12, 2014

La marea

Su mirada era como una ola, una de esas que arrastran con cualquiera que esté poco sostenido a la arena que está debajo, una ola de esas que te arrastran cuando estas desprevenido y te tallas los ojos porque te arde la sal, una ola que, efímera, hace que su último contacto con la arena sea la espuma blanca.

Pero a la vez su mirada era aquello que ella esperaba para sonreír, para despejar cualquier duda, temor o complicación, era la ola que la impulsaba a levantarse e intentarlo de nuevo, que la hacía probarse a ella misma su fuerza.

Lo curioso de su mirada es que no dejaba que ella lo viera, se escondía, se guardaba, ella no sabía interpretar sus sentimientos a pesar de que mirara repetidas veces las ventanas de su alma. La única forma de saber que algo estaba en malvibre era cuando él cerraba las puertas con un silencio o con una escueta respuesta.

Entonces ella pensó que no importaba si la ola era fugaz y breve, si llegaba un día y a los tres siguientes se ocultaba, pensó que no debía saber exactamente los momentos de cresta, ni cuánta gente arrastraba a su paso, ni cuántos segundos duraba la espuma que se formaba con su partida, pensó que sólo necesitaba disfrutar la ola cuando llegara y soltarla cuando fuera momento, pero que ese tiempo, que esos segundos, esos instantes estuvieran llenos de una complicidad, una sinceridad y un compromiso tal que pudiera permanecer sonriente hasta su último respiro al terminar cada ola.

Ser libre de la ola y la ola libre de ella misma, así cada uno podría ir y volver cada vez que se recordaran o cada vez que los astros se alinearan para que la marea los hiciera volver a encontrarse, no importa si es cada mes, cada año o cada 18 años, al final el tiempo también marca la intensidad...

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