viernes, febrero 18, 2011

Sin contacto..

-Qué pasa?
-Nada
-Anda, dime, ya no quieres ser mi princesa?
-No es eso, si a mí me encanta es sólo que...
-Dilo, suéltalo como va...
-Que no puedo estar sin contacto contigo
-Sin contacto? te refieres a...
-A todo, a verte, a sentirte, a olerte, a leerte, a escucharte, que cada minuto que no sé de ti es como pensar que te irás y me da miedo...
-Qué te da miedo?
-Perderte, que tonto no? si tú solo existes en mi mente, a dónde podrías ir que no fuera ahí...

sábado, febrero 12, 2011

Dejar de ser o empezar a ser

Mayra tenía en mente una revolución, sus pensamientos estaban armados, sus temores iban a las casas a saquear y sus estandartes iban cambiando poco a poco.
Miraba al cielo pensando si de verdad, a sus escasos 18 años, debía tomar una decisión tan fuerte en cada ámbito de su vida: buscar trabajo o hacer su propio trabajo, tener un hijo o terminar una carrera, vivir con sus papás o independizarse, decir lo que sentía o callarse.
Eran demasiadas decisiones para tomarse de un jalón, necesitaba pensarlo, meditarlo, por eso agarró su bolso y caminó hacia el centro, mirando y escuchando todo cuanto le rodeaba. De pronto era ella sola en las calles, la gente pasaba y ella sentía que la miraban y que todo mundo queriía tomar su mano en un baile inusual donde las manos de todos se movían sin sentido, sin razón y sin rumbo.
En el camino encontró un sonido extraño, música que debía identificar y seguir, porque así se lo dictaba su interior, esa fuerza dentro de ella que de pronto la hacía sentirse libre y a ratos la miraba como a una tonta. Siguió los acordes musicales y se instaló en medio de la gente, se acercó lo más que pudo y encontró a ocho chicos jóvenes, con una nariz de payaso y tocando cada quién el instrumento que más le acomodaba.
Uno de ellos tocaba una especie de cítara, volteó de pronto, la miró e hizo una seña de saludo con su mano. Ella sonrió y se dedicó a escuchar, a contemplar la belleza de aquel número, no por los chicos sino por el momento y las historias, porque la música volaba en el ambiente dejando la sensación de que ellos vivían para eso, porque sus miradas, sus juegos, su forma de tocar los instrumentos parecían decir que ellos estaban cumpliendo su misión en la vida de estar para los demás y dar un poco de regocijo entre tanto desmadre mundano.
Justo en ese momento Mayra pensó que la vida eran esos pequeños momentos que dejan un sabor de boca dulce, que llenan el alma y hacen que llenes tus pulmones de aire, extiendas los brazos al cielo y pienses que lo más grandioso que te puede pasar en la vida son esos momentos.
Al final seguramente los chicos juntaron después de un buen rato para algo de comer, probablemente sus familias estén orgullosas de que al menos sus hijos hacen algo que les llena el alma, para ellos quizá no sea suficiente ver las sonrisas pero es lo más cercano a a satisfacción interna y quizá, por que no, simplemente lo hagan por gusto o para solventar sus estudios de la universidad.
Después de pasar la tarde caminando y pensando en mil y un historias, Mayra cayó rendida en cama, estaba tan cansada que no tardó en conciliar el sueño, pero a media noche sintió como si durmiera con alguien, un hombre, que además tenía inquietud y calor internamente, se mimetizó con esa sensación y de pronto ella se sentía igual... pasó la noche y el día fue mucho más claro.
Abrió los ojos, se echo al costado, abrió su mano derecha y pensó que ahí cabía el mundo, lo único que debía hacer era alcanzarlo, por eso dio un brinco y se echó pa´ lante, dejó de ser la chica con miedo y empezó a ser ella misma con la confianza que le daba el haber nacido bajo la constelación en la que se ubica el centro de la Vía Láctea...

martes, febrero 08, 2011

Galletas de la suerte...

No había luz, sólo el resplandor de la película, sólo el sonido de la cruel realidad de una familia cuyo padre es delincuente, sólo eso y ella a un lado, mirando, jugando con sus manos a veces, escondiéndolas y extendiéndolas, como queriendo y sin querer tomarla de la mano.
Quien las viera pensaría que hacía tiempo que se conocían, que se habían visto, parecían amigas de toda la vida compartiendo una simple proyección, pero no era así. Fer había visto a Linda sólo un vez y en fotos por las redes sociales, habían ido a tomar una copa, platicaron de trabajo y del mundo, se rieron a carcajadas y jugaron algo sobre balconeados, fantasías y verdades imposibles de decir si no es riendo y diciendo Salud.
Pero ahí en la sala del cine, parecía que estuvieran solas, Linda miraba la película desde la primera fila, se reía de repente, tomaba un dulce, bebía un poco de refresco, estaba inquieta.
Fer tenía la misma inquietud, aunque quizá no la manifestara tanto, pero la miraba y sentía que algo le indicaba que debía tomarla de la mano, sentía ese impulso, deseaba rozar su mano por lo menos.
Pensó en hacer la típica escena del cine, antes de salir tomarla de la mano, regresarla del camino andado y darle un beso, pero le pareció que era demasiado romanticismo y que además era una imagen cliché de parejas normales. Ellas no lo eran.
Pasó la película, las preguntas, las respuestas, las risas y los comentarios. No la tomó de la mano, no la besó aunque lo deseaba, se contuvo, porque en el fondo creía que las cosas llevan su pausa, su tiempo, que si apagas la llama antes la pasta queda dura, así que hay que esperar lo justo para que esté al dente.
Salieron encantadas la una con la otra, Fer imaginaba mientras caminaban que frente al mundo eran amigas, de la oficina, del trabajo, de la cafetería o del súper, quizá hasta eran vecinas.
Pero eso que ella sentía, pensaba, era algo exclusivo, que podía hacerlo sólo estando aisladas del mundo, sólo en el momento justo, así que fueron a cenar y encontraron de camino a un chico soñado, con una sabiduría impresionante que le daba el don de mantenerse lejos de peligro.
Al final de la cena, estando los tres en la mesa, llegaron las galletas de la suerte, la de Linda decía que la única forma de tener un amigo es serlo uno mismo y sólo ella se guardo el significado de la misma. La de Fer decía que su felicidad estaba entrelazada con su perspectiva de la vida y pensó para ella que su perspectiva cambiaba cada dos minutos. Aunque al final, se dijo ella, no es que las galletas digan tu suerte y lo que te va a pasar, sino que evocan una reflexión interna.
Linda sonrió y Fer se dio cuenta de que sería imposible no pensar en ella.