miércoles, mayo 27, 2009

Se fue

Mariana, ese nombre retumbaba en el oído de Martín aunque él había hecho todo lo posible para sacarla de su vida. No recordaba cuándo había sido la última vez que se habían saludado amigablemente y habían cruzado miradas llenas de besos el uno por el otro, pero ahora la situación era diferente.
Ella era contadora... de números, era fría y articulaba cifras y montos de deuda. Él era contador... de historias, tenía tanta imaginación, tanta labia que no había quien no le creyera cuando decía algo.
No coincidían, hablaban lenguajes diferentes aunque se dedicaban a lo mismo, contar. Uno le hacía daño a la otra con esos cuentos que nunca llegaban a ser realidad y la otra dañaba al uno con sus redondeos y exactitudes de centavos.
Se separaron, en realidad no duraron mucho juntos, sabían que eran el uno para el otro pero no embonaban, algo les hacía falta. Se frecuentaron como buenos amigos y cada vez que se veían añoraban aquella relación imperfecta que nunca supieron descifrar.
Pasó el tiempo y un día, sin motivo ni razón aparente, Martín sacó de su vida a Mariana. Ella no entendió, creyó que él volvería a escribirle o a llamarle en cuanto se le pasara el berrinche. Después de un par de semanas sin saber nada de él pensó que quizá el quería rehacer su vida con alguien más y ese nuevo amor quizá le hubiera pedido que la sacara de su vida por completo. Pero pasó el tiempo, él no le hablaba y tampoco respondía sus llamadas, mensajes o avisos telepáticos.
Un día se encontraron de frente de camino a casa, ella creyó que él la saludaría, después de todo iba sólo, pero él evitó contacto visual con ella. Al siguiente día ella lo esperó para preguntarle qué ocurría y entonces se dio cuenta, por su mirada, de que él no quería nada más con ella en esta vida.
No fue una mirada de desprecio, aunque Mariana lo hubiera preferido. Fue un reojo como el que se le echa a la cuenta del pan, como la mirada que lanza un ciudadano a una manta de propaganda electoral, como la última vista que echa un sicario cuando está a punto de consumar su crimen. No, ni siquiera fue así, sólo fue una mirada de indiferencia.
Ella llegó a casa pero en el camino imaginó que se encontraban en un restaurante por casualidad y decidían hablar, creyó que con la plática se decían las verdades que tenían que mantener siempre ocultas y después ninguno podía resistirse y se besaban.
Cuando abrió la puerta del departamento tenía una sonrisa en el rostro, pero bastó con que mirara la sala, la mesa, la cocina, la cama para que se diera cuenta de que él realmente se había ido y de manera definitiva de su vida, pero también de su corazón...

sábado, mayo 23, 2009



Hace unos años un chico soñador y con hambre de cambiar el mundo cantaba estas canciones casi en mi oído. Pasó el tiempo, se acabó la relación pero la canción sigue retumbando en mi mente. Quizá porque en todos estos años he aprendido tantos lenguajes no escritos, no hablados, he dicho tantas cosas con gestos, con risas, con miradas, con sonidos, incluso con caricias. Yo tengo un lenguaje, lo que no sé es si alguien sabe interpretarlo de la manera correcta.

miércoles, mayo 20, 2009

Cuando Guadalupe escuchó Cielo Rojo y vio cómo lloraba Rocío por la partida de Daniel se dio cuenta que hacía mucho ella no sentía un amor así. Si ella cantaba esa o cualquier otra canción de desamor era como si estuviera lavando la ropa o cocinando, no pensaba en nadie porque recientemente nadie la había desilusionado, nadie la había hecho sufrir y ella tenía el control de sus emociones, como lo quería.
Caminaba por la calle y vio a una pareja deshacerse en abrazos y besos, otros peleando y unos más entrando a un hotel, cada vez que esas imágenes pasaban frente a sus ojos volteaba a mirarse sola. Pensaba que estaba mejor por una parte, pero también creía necesario volver a amar como al principio, volver a sentir que la vida se te va con alguien o mirar la luna y escribirle a él que esa luna debe verlos juntos.
En qué momento ocurrió? se preguntaba Lupita mientras caminaba bajo la lluvia, como solía hacerlo cuando adolescente, pero no pudo encontrar una respuesta, no supo si fue cuando comenzó a trabajar, cuando terminó con su último novio o cuando sentó las bases para salir con su amigo y le dijo claramente que ella no buscaba un novio.
Un novio? para qué?, pensaba, para que me llame por las noches y en las mañanas y me pregunte dónde estoy y que haré en el día? para qué? no le encontraba sentido a la estabilidad de un noviazgo.
Quizá la falta de desilusiones lleva a las personas a dejar de sentir importancia por esas cosas, detalles pequeños pero que cuando uno esta realmente enamorado parecen grandes obsequios.
Lupita era feliz, finalmente ya no tenía desamores, lo único malo es que tampoco pudo volver a enamorarse...