domingo, enero 12, 2014

Cada vez nos despedimos... mejor???

Los recuerdos de mi vida personal no son más que cicatrices de la vida de mi país, del mundo entero si me apresuran. Las instantáneas que tengo en mente vienen de ahí, de esa historia individual que se suma a la colectividad, de mi yo enfundada en la sociedad en la que vivo, del hecho de que sea una nanocreatura en la microciudad del minipaís del polvo de mundo que somos dentro de toda la galaxia, del hecho de que pertenezco a algo.

Cuando yo nacía la Ciudad de México se iba recuperando del terremoto que dejó un incalculable y desconocido (hasta la fecha) número de muertos. Ese, 1985, fue el año internacional de la Juventud; fue el peor año de paro en España después de 1981; fue el año de terremoto en Chile, de la aprensión de Caro Quintero en Costa Rica, hubo 6 accidentes aéreos en los que murieron mil 440 personas; se incendió una clínica psiquiátrica en Argentina, Hezbolá secuestró un avión con todos sus tripulantes durante 17 días, el Papa Juan Pablo II viajó, viajó y viajó... pero para mis padres el suceso más importante fue mi nacimiento. 

Así pues, para mí el acontecimiento más importante de cada año tiene que ver conmigo, con mis logros, con mis fracasos, con lo que recuerdo, con lo que añoro, con lo que he olvidado. 

Mi madre recuerda cuando empecé a caminar y siempre dice que con mi nacimiento fue la mujer más feliz del mundo, yo recuerdo cuando escuchaba Tiempo de Vals y me imaginaba al niño que me encantaba desde los 5 años bailando en mis 15 (al final si bailó conmigo en mis 15, aunque no tiempo de vals. 

Recuerdo que mi abuela materna cocinaba delicioso, que los helados costaban 2 pesos, que mi prima y yo podíamos salir a la calle sin tanta preocupación, que mi madre me decía que me tapara los ojos cuando había escenas de sexo o besos apasionados en la televisión. 

Pero de mi vida personal personalísima recuerdo aquella serenata que me llevaste después de que el JJ cayera con todo su imperio y yo con el nuestro y el de REFORMA; las flores que me encantaban y que fueron las ganadoras en la encuesta de las mejores flores cuando se avecinaban las elecciones de 2006; el Hola crayola que nos definía en aquellos tiempos de la caída de las torres gemelas; mi espera frente a tu departamento hasta altas horas de la noche, congelada y hablando con todo a mi alrededor justo antes de que entrara al Emporio de la Noticia y los emos se citaran en la Glorieta de insurgentes para defender su estilo de vida.

Recuerdo también que mi frenesí por la noticia fue tal que un día te dije adiós justo en el lugar donde comenzó nuestra historia, la vez que lloré porque tú ya te ibas a casar justo mientras yo cubría a Patricia Mercado y su intento de carrera a la presidencia, parece que fue ayer pero también recuerdo cuando vi los tapetes tendidos en la calle con aserrín de colores e imágenes preciosas, la huida a Chiapas y el pesado regreso por el quiebre de Mexicana de Aviación.

Pero de todo, lo que más recuerdo es tu rostro al verme partir todo mi filete al inicio de la comida en la que te conocí, después de que esos sobrecargos fueran detenidos en Barajas con 140 kilos de cocaína, recuerdo haber visto brillar tus ojos y desde entonces no te he dejado ir de mi vida ni de mi corazón, aunque cada vez que te vea tenga que despedirme... mejor? no creo, sólo más sincero, más auténtico, con un cariño más puro que el que puede sentir Peña Nieto por la Gaviota, aún con su vestido verde maravilloso.

Cada vez nos despedimos pero nunca nos vamos...


La marea

Su mirada era como una ola, una de esas que arrastran con cualquiera que esté poco sostenido a la arena que está debajo, una ola de esas que te arrastran cuando estas desprevenido y te tallas los ojos porque te arde la sal, una ola que, efímera, hace que su último contacto con la arena sea la espuma blanca.

Pero a la vez su mirada era aquello que ella esperaba para sonreír, para despejar cualquier duda, temor o complicación, era la ola que la impulsaba a levantarse e intentarlo de nuevo, que la hacía probarse a ella misma su fuerza.

Lo curioso de su mirada es que no dejaba que ella lo viera, se escondía, se guardaba, ella no sabía interpretar sus sentimientos a pesar de que mirara repetidas veces las ventanas de su alma. La única forma de saber que algo estaba en malvibre era cuando él cerraba las puertas con un silencio o con una escueta respuesta.

Entonces ella pensó que no importaba si la ola era fugaz y breve, si llegaba un día y a los tres siguientes se ocultaba, pensó que no debía saber exactamente los momentos de cresta, ni cuánta gente arrastraba a su paso, ni cuántos segundos duraba la espuma que se formaba con su partida, pensó que sólo necesitaba disfrutar la ola cuando llegara y soltarla cuando fuera momento, pero que ese tiempo, que esos segundos, esos instantes estuvieran llenos de una complicidad, una sinceridad y un compromiso tal que pudiera permanecer sonriente hasta su último respiro al terminar cada ola.

Ser libre de la ola y la ola libre de ella misma, así cada uno podría ir y volver cada vez que se recordaran o cada vez que los astros se alinearan para que la marea los hiciera volver a encontrarse, no importa si es cada mes, cada año o cada 18 años, al final el tiempo también marca la intensidad...