lunes, marzo 28, 2011

Monumento...

Y de pronto ahí, bajo nuestros pies, la ciudad entera, Tlatelolco, la Torre Mayor, el Castillo de Chapultepec, el Cerro del Chiquihuite. Casi eran las 11 de la noche y nosotros estábamos arriba, muy arriba, en la cima del Monumento a la Revolución, a donde sólo llegan las palomas y los alacranes, desde donde se ve lo que hubo y lo que habrá, desde donde se mira el presente obrero, el pasado revolucionario, la familia que cosecha, los novios que se besan en lo oscurito y también la suerte de ganar la lotería.
Cinco minutos, había dicho él, y fueron los cinco minutos más increíbles de la vida. Entramos por los cimientos, alucinados por ver la base y apenas comenzaba. Subimos al elevador y de ahí directo 55 metros para arriba, miramos la cúpula de bronce con cobre, recorrimos para ambos lados, pensamos que ya íbamos a bajar cuando seguimos por las escaleras hacia abajo.
Queríamos más, siempre queríamos más, subir más, ver más, sentir más, el corazón estaba a mil y la sonrisa más amplia que la que la luna tenía esa noche (y vaya que era amplia, la vimos en el zócalo).
Bajamos a la parte de los balcones, donde ya piensan poner una cafetería, nos contó de las bancas de aluminio reciclado, de las tienditas que piensan poner y dio la sorpresa de jalón.
“Tienen cinco minutos, hay que subir rápido y el que se quede atrás pierde”, subimos más escaleras, un pasadizo de piedra en el que no podíamos tocar las paredes porque hay alacranes, subimos aún más y subimos hasta la parte más alta, unos 65 metros arriba de la base del monumento.
De pronto me recordó al Tibidabo, la mirada del demonio hacia Jesús diciendo que todo sería suyo si se postraba ante él. A esas horas, con esa mirada, pensando en todo lo que la Ciudad significa, sería imposible decir que no. Pero él lo hizo.
Bajamos poco a poco, regresamos a la base con la mente subida a la altura del monumento, quisimos agradecerle con algo de dinero y él, orgullosamente mexicano, dijo no. Nos había dado el mejor regalo de la noche sin que gastáramos un solo peso…

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