lunes, octubre 20, 2008

Se murió sin saber lo que había pasado...

Creí que estaba muriendo. No podía mantener los ojos abiertos, ni siquiera estaba segura de ser coherente en lo que decía. Sólo veía una luz muy brillante, de un lado y del otro, de frente. Sentía que en cualquier momento dormiría para siempre. Él insistía, me hacía preguntas para que no me durmiera y para que no sintiera nada. Quería que le contara mi vida, quizá mi muerte ya estaba cercana, preguntaba por mi familia, por mi trabajo, personas a las que quería, preguntó si alguien en especial sabía que estaba ahí y si estaba de acuerdo.
No lo sé y no quiero saberlo, respondí y sentí tanto odio de momento y tantas ganas de llorar, de levantarme y de olvidar, pero no podía pararme, algo me ocurría, no podía moverme y no entendía lo que ocurría.
Sólo podía hablar, mi cuerpo no me respondía ni siquiera mis pestañas me hacían caso, mi boca me pesaba y tenía ese sabor amargo y angustiante de la primera vez.
Sólo veía la luz y escuchaba su voz, esa voz que me guiaba para no irme, que me mantenía entre consciente y perdida, entre despierta y dormida en lo más profundo, entre el llanto y las mentadas de madre.
Cómo te llamas, alcancé a escuchar. Fátima, acerté a decir con una lentitud de borracha y una inoperancia casi total. ¿Tienes familia? Yo ya no sabía si responder o dormir, no me percataba de que se escuchara mi voz. Comencé a llorar y a darme cuenta que nunca dejé que él hablara, siempre era yo la que decidía, la que opinaba, la que mandaba y pensé que él no estaba ahí, no lo había hecho conmigo, no había estado en ese viaje.
Quería callar esa voz, pero insistía. De pronto cambió y escuché otra voz, la voz del ausente, no lo vi, ni siquiera sabía lo que mis ojos alcanzaban a ver entre cerrados y con la vaga y débil intención de abrirse ¿Cuándo nos vamos a ver de nuevo? me dijo. Y ahí estaba yo, entre las manos de un extraño diciéndole que nunca lo volvería a ver y sonriendo entre lágrimas.
Cuando desperté estaba en el cuarto de un hospital con una paliza encima, al menos así me sentía, como si llevara años durmiendo y ya no pudiera despertar. Seguía sin poder moverme, conectada a una bolsa de suero y con un collarín. No acertaba a saber qué había ocurrido, qué me había ocurrido, sólo recordaba una luz muy intensa y ese no poder moverme mezclado con mareo y una sensación de borracha que no se sostiene en pie.
En efecto, él no estuvo ahí conmigo, él se había muerto en el viaje, se había muerto entre la sangre regada, su corazón había dejado de latir luego de ver esa luz intensa, se había muerto al contacto del metal con su cuerpo y había salido del coche cual si una aspiradora lo hubiera jalado. Se murió sin saber qué es lo que había pasado y yo vivía de la misma manera...

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