jueves, enero 27, 2011

El ministro

El tiempo se detuvo, la puerta se abrió y Martin miró el rostro de Roselyne. Llevaba un vestido blanco y una pañoleta azul turquesa, la respiración agitada, el corazón a mil y las manos impacientes.
Ella le había conocido en París, mientras él resguardaba la vida de un importante funcionario, ella lo había seguido para sacar por buenas o malas una declaración de quien se ostentaba como ministro de inmigración.
Ese día sus miradas habían coincidido con un mismo objetivo, ella quería hablarle y él quería protegerlo; él miraba los pasos de ella para evitar que se acercara y ella estudiaba cómo podría burlar el cerco que él pusiera.
Apenas iba ella de camino cuando un disparo se escuchó muy cerca de su oído, de manera inmediata los gritos y las maldiciones, la llegada de paramédicos, autoridades. Martin la miró de reojo, revisó que estuviera bien mientras levantaba en sus brazos al Ministro y ordenaba a otros seguir al atacante. Fue un segundo, décimas las que se encontraron sus ojos, en un momento intenso, eso fue suficiente.
Ella se fue a recorrer el mundo, a vivir, él consiguió sus datos y un buen día le llamó, no había dicho ni su nombre y ella ya sabía quién era, la energía viajaba por sus oídos y llenaba todo su cuerpo.
Quedaron de verse en New Hampton, un restaurante donde podían platicar en privado. Roselyne tocó la puerta con los nervios de punta, sentía miles de gacelas trotando en su pecho, de pronto se abrió y apareció la figura de Matin.
Pasó, dejó su bolso y se sentó en el sofá, él se sentó detrás de ella y la recargó en su pecho, la abrazó por el cuello y con la otra mano le acariciaba el brazo. Suspiraron como no pudieron hacerlo aquel día, sin una sola palabra reconstruyeron la historia, sus miradas, el instante, los gritos y la incertidumbre, lloraron de la emoción que sentían porque todo lo que necesitaban para comunicarse se unía cuando se veían de frente y entonces ella sintió sus labios cerca, pensó que podría besarla, ella se acercó a su oído, le susurró unas palabras y al volver la cara sus bocas no supieron cómo expresarse más que con un simple roce lleno de energía, de ternura, de deseo, de ansiedad por el otro.
A mitad de aquel beso ella lo separó, se puso de pie, tomó sus cosas y se fue, le había dado tanto miedo tener esa comunicación no verbal con alguien.
Él se quedó sentado, esperando, en el último momento se puso de pie, pero nadie sabe si salió a buscarla o si ella volvió...

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