lunes, septiembre 15, 2008

Raíces y encuentros II- Mi primera vez en Ocampo

Eran las 6:30Hrs. El frío comenzaba a calar en los huesos y me quedé una parada antes del destino final del camión. Tiré la basura de una sopa Maruchan, agarre mi maleta y caminé.
El pueblo de Ocampo es muy pequeño. Como dirían y sin afán de parecer novela "Pueblo chico, infierno grande". En todo el camino pensé que me daría miedo caminar las 6 cuadras que separan a la casa de mis abuelos de la pequeña y escueta Central del poblado.
Pero al llegar ni miedo ni pena, escuché a un puerco en plena agonía mientras comenzaba a andar, saqué un cigarro, lo encendí y me fumé mi primer cigarro en Ocampo. Jamás lo había hecho, entre el respeto a mis abuelos, mis padres y la falta de privacidad jamás me había dado tiempo de fumar en la pequeña comunidad y sin los ojos vigilantes de mi familia.
En 10 minutos pensé en mis abuelos, en cómo era su vida ahí, recordé los relatos de mi abuelo sobre cómo se conocieron, sus consejos sabios pero algo fuera de la realidad que hoy vivimos.
Cuando lo vi miré en sus ojos todo ese tiempo, ojos claros pero con algunas cataratas. Me veía entre asombrado, gustoso y cansado. Quizá es que sus 88 años ya le pesan o sus 59 años de matrimonio ya no le dan tiempo para vivir más allá de lo rutinario.
Se llama Santos y es peluquero desde que tenía unos 20 años. Le gustaba la música, estudió un poco y en la medida de su posibilidades, toca el violín, el piano, la guitarra. Era cantor en la iglesia de San Juan Bautista, en Ocampo. A todos sus hijos los enseñó a tocar el piano para que si algún día no encontraban trabajo se sustentaran con eso.
Por supuesto, siempre ha sido un abuelo cariñoso y acercado a sus nietos, recuerdo que a mí me aconsejaba que si tenía novio no lo besara en la boca hasta que nos casáramos, que con trabajos le diera la mano y que me fijara bien en el tipo de hombre que era. Claro, en sus tiempos así se estilaba, así era y cree que el tiempo no ha cambiado nada.
Pero dentro de todo hay algo de mi abuelo que lo hace inolvidable para todos y no es precisamente el lazo familiar, es que siempre tiene una sonrisa y un tiempo para sentirse útil. Trabaja aún en una peluquería, en su propia casa, el tiempo que quiere y nunca, si llega un cliente a destiempo, nunca dice no. Repara máquinas de coser, lee un poco mientras le da el sol en el patio, acurruca a la "Micha", su gata en turno, en sus piernas y disfruta el tiempo, la vida, el poco mucho tiempo que le queda de vida.
Es ingenuo como un niño, creyó en un hombre que le vendió unas 3 guitarras de lo más escuetas en unos 5 mil pesos, en otro hombre que se fue a cortar el cabello, le pidió dinero y en prenda le dejó una máquina de coser que ya no servía y le duele cuando alguien de su familia está embarazada sin haberse casado. Así es, son ideas del siglo pasado, su vida pertenece al siglo pasado y su historia también.
Desde joven utiliza muletas porque sus piernas no tienen la fuerza suficiente, fue un padre duro por lo que sé, ha sido un marido ejemplar aunque posesivo sin notarlo y como abuelo... yo no puedo pedir más al abuelo que me ha escuchado y por tantos años me ha abierto su corazón.
Me terminé mi cigarro sin que fuera suficiente para recordar todos los momentos que he vivido en esa casa de Ocampo, los cambios, las mejoras, las adaptaciones, las reuniones, las fiestas, los regaños, los enojos, la enfermedad y el frío, la desesperación por no tener señal en el celular y la apatía por no saber disfrutar del entorno, de la vida ahí, de la naturaleza, de la pequeñez del pueblo.
Nunca imagine viajar sola hasta allá, pero ahí están mis raíces, ahí siempre hay a posibilidad de encontrarme conmigo misma y con mi familia, encontrarme, en un espejo y con un poco de reflexión, con al solución de mis "grandes problemas".
Después de todo y aunque pase el tiempo y la gente se vaya, ahí, en esa casa siempre estarán Don Santos y Doña Cuca... la familia Portugal Aguilar.

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