lunes, agosto 24, 2009

Hay mujeres locas, mujeres incomprensibles, mujeres frías, mujeres egoístas, mujeres que matan por amor y mujeres que mueren por amor. Natalia es simplemente una mujer que conoció a un hombre y se enamoró. Un hombre mucho mayor que también se enamoró de ella.
Fue un romance corto, breve y sencillo, no duró más por tonterías, por egoísmos y porque, finalmente, él encontró a alguien que lo ayudó a sacar lo mejor de sí y a amar, lo enseñó a ver la perfección dentro de lo desaliñado, lo enseñó a compartir el tiempo y no a gastarlo.
Natalia no entendió, lloró, llamaba, escribía y a veces tenía respuesta, a veces sabía que la falta de respuesta era desesperación, hastío, cansancio y ganas de no saber nada de ella. Pasó el tiempo, dejaron de hablarse y de verse aunque trabajaran en la misma oficina.
Un día, después de mucho tiempo, ella pudo mirarlo a los ojos y besarlo con la mirada, acariciarlo con un suspiro y decirle sin palabras que le amaba y que lo único que quería era su felicidad.
Él le respondió, sin siquiera abrir la boca, que se iba a casar con una mujer a la que ama, con la que puede pasar todo el tiempo del mundo y que para él era perfecta.
Ella soltó una lagrima y se fue, perfeccionó su técnica de mujer témpano; él se casó y fue feliz y ella sonrió cuando lo vio saliendo de la iglesia con la novia tomada del brazo.
La vida es una caja de curiosidades, a algunos les toca ser hilo, a otros les toca ser aguja y a otros más ser simplemente el cojín en el que se entierran las agujas.

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