viernes, septiembre 04, 2009

Mi encuentro conmigo

Su nombre era Abril. Tenía labios delgados y rojos, ojos café con un encanto secreto e indescifrable, tez apiñonada y cabello negro. Tenía una figura delgada y solía ser camaleónica, un día podía vestir formal, al otro de hippie, al siguiente de tibetana y después de árabe, todo le quedaba bien.
Su trabajo era mirar, contar a la gente lo que había, lo que pasaba, con imágenes. Tenía un trabajo que le permitía sobrevivir y un hobbie que le daba oxígeno para existir.
Un día, agotada del trabajo, volvió a casa temprano. Vivía sola y modestamente en un departamento en la colonia Del Valle. Abrió la puerta del sexto piso, colgó las llaves, dejo el equipo en el sillón y se dispuso a recostarse un rato.
Lo hizo, pero sintió la necesidad de darse una ducha, el día había estado fatal, tuvo cuatro órdenes de trabajo en puntos extremos y dos de ellos habían sido conferencias, monitos detrás de un escritorio.
El último evento la había dejado cautivada. La lectura de un fragmento de una obra erótica, ufff. Los chicos no leían muy bien y tampoco lo dramatizaban tan bien como se esperaba, pero la obra era bellísima. Trato de buscar la imagen, la buscó en las escaleras, tras una copa, después del vino, tras el libreto...
Encontró la imagen perfecta cuando las dos mujeres se abrazaron, cuando se acariciaban como si la una fuera la persona más preciada para la otra, como si fuera de ellas mismas no hubiera nada más en el mundo. Después, un beso, un beso en los labios de cereza, un beso sutil y deseable.
La imagen salió, pero ella quedó perturbada. Se bañó con agua caliente, se puso la toalla y salió del cuarto de baño. Iba a ponerse la pijama cuando la toalla se le cayó y quedó al desnudo frente a su espejo. De pronto recordó aquella imagen de las chicas y se miró como si la otra, su gemela idéntica, fuera a ser su cómplice para recrear esa escena.
Se miró al espejo de frente, de espaldas, de costado. Se miraba y con sus manos iba recorriendo su cuerpo. Empezó por un masaje en los hombros y siguió con una secuencia de caricias que jamás había sentido de sí misma. Parecía embelesada por esa imagen que era ella misma, se acariciaba los senos, el estómago, la cintura, el vientre, el corazón, los riñones, se tocaba los brazos y recorría con sus manos las piernas.
Se sabía sola en su casa, se sabía sola en la vida y sola por convicción no por falta de voluntarios. Ahora entendía porqué mientras tocaba su sexo y acariciaba ese pequeñísimo botón de encendido incrustado en la parte superior. Ahora entendía que se veía tan hermosa como nunca se había visto, comprendía que no necesitaba de nadie para reconocerse hermosa y sabía que todo lo que quisiera y necesitara estaba dentro de ella misma, el conocimiento de miles de años estaba en ella misma y en nadie más, sólo era cuestión de ir recordando.
Ese día se aprendió tan hermosa que desde entonces decidió no compartirse con nadie más...

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