miércoles, diciembre 17, 2008

Cuando el mar hace el amor

Dicen que cuando una mujer está dentro del mar éste lo siente y se inquieta. En Chacahua el mar no sólo se alebresta, sino que de una u otra manera se posesiona de las féminas que en él confían.
Empieza por los pies, los besa y los abraza, juega con ellos, hace que falseen, que caminen de un lado a otro para sostenerse. La arena se vuelve su cómplice y borra todas las huellas que los pies van dejando para que no sepan emprender el regreso. Cada que los pies sienten aire el mar vuelve y los besa, los recorre con la lengua y los convence de que no salgan de nuevo.
Poco a poco, con sus besos, con sus manos, va envolviendo a las mujeres. Acaricia sus bronceadas piernas hasta llegar a las rodillas, las recorre una y otra vez, envía a los peces a que le muestren lo bello que es la vida dentro de él y éstos las acarician, leen y escriben sobre ellas, como descubriendo una letra visible sólo debajo del agua.
Casi siempre la temperatura es templada, por la temperatura del cuerpo a veces se siente más fría o más caliente. Poco a poco el mar convence a la sangre, la llama, juega con ella, la revolotea y avanza un poco, se detiene antes de llegar a la boca mística, siente la humedad. Ahí para, deja que ella se confíe y cuando menos lo espera arrecia, la arrastra para adentro, sube hasta su cintura mientras ella contiene los gritos y gime.
El mar, como buen amante, busca que ella disfrute, que sienta incluso los pecesillos paseando entre sus piernas y sus pies resbalando por la arena, que perciba el respiro del aire y mire las estrellas que apenas van apareciendo, acomoda el escenario, lo hace para ella. Sabe que la mejor parte está por venir, la mejor porque ella no sabrá qué decir ni que hacer, porque quizá su mente se bloquee mientras siente con su cuerpo todas las caricias que el mar le hace sobre el torso, acariciando sus senos, recorriendo la forma perfecta de sus senos y besando, a la vez, sus hombros, su espalda, sus caderas. Sube, lo logra, rebasa la cintura y llega hasta su cuello. En efecto, ella quiere gritar pero se contiene, no quiere que nadie descubra que son amantes, no quiere que alguien más lo conquiste, pero es tanto el placer que prefiere compartirlo, no callarlo, grita y gime en medio del mar para que los demás lo conozcan, para que sepan que no es un simple elemento más en el paisaje, sino que dentro tiene una mística amorosa, el mar da lo que le sobra para placer de los demás, da lo que unos no pueden imaginar, lo que otros no pueden sentir, y lo que algunas mujeres logran descubrir.
A diferencia de los hombres, el mar conoce cada recoveco de una mujer, lo besa, lo humedece, lo recorre mil veces en un instante, sabe que cuando grita es por él, también cuando siente miedo, incluso cuando sus pechos evidencian que tiene frío y su cuerpo sigue húmedo. El mar, más aún el de Chacahua, acaricia con su oleaje el cuello, el rostro, cada milímetro de la piel, masajea el cabello y refresca, finalmente, a las mujeres que de pronto y por un instante han entregado su calor a él. Eso ocurre cuando el mar hace el amor, ellas lo utilizan para quitarse el calor, él aprovecha para mostrarles que puede ser el mejor amante y cada vez que ellas lo quieran pueden regresar.

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