sábado, junio 06, 2009

Ella lloró y lloró, abrazaba esa pequeña caja como quien abraza a alguien que no quiere perder, sus lágrimas recorrían toda su cara y en medio de todos lo entregó, pidió que lo cuidaran mucho y que se lo llevaran ya.
Él lo tomó como quien toma entre sus brazos lo más sagrado de este mundo, como quien mira en lo ahora pequeño los grandes recuerdos de la infancia, como quien espera con paciencia para recibir con amor acumulado.
Ahí, en una pequeña cajita de madera estaban los años de historia, los juegos de niño, los arranques de adolescente, el recuerdo de las dos familias, el amor de quienes le dieron hijos, la admiración de sus hijos, y también, porqué no, los huesos del abuelo en la cajuela.
Ja, a veces la vida es tan injusta con uno porque se lleva lo que más queremos, pero tan justa con otros porque para de tajo sufrimientos y angustias. No lo conocí, no sé quién era pero sé quienes lo amaban, los vi llorar por él, los vi hablarle a sus cenizas, ponerle una ofrenda de coca y cigarro, darle su última mirada y mil lágrimas que aún van a llorar.
En el coche, de regreso, no íbamos tres, íbamos cuatro, platicando amenamente, conociéndonos, recordando viejos tiempos y regañando al enfermo que ni las medicinas había comprado pero ya se había echado un vaso de coca.
No es la primera vez que comparto algo importante contigo y sabes que antes que cualquier cosa soy tu amiga, que si necesitas llorar sólo tienes que llamarme, lo mismo que si quieres empedarte, ja, pero nada une más a los amigos que los momentos en los que las lágrimas se dan a la fuga y se escapan de los custodios de los ojos, los momentos en los que uno puede abrazar a otra persona, mirarla a los ojos y decirle te quiero mucho, tal y como yo te quiero abrazar a ti para que sepas que pase lo que pase estoy contigo.
Te quiero!

1 comentario:

Anónimo dijo...

Yo tambien te quiero mucho... gracias por estar ahi

Marco