sábado, septiembre 01, 2007

Un rincon cerca del cielo...

Hay días como hoy en los que la gente muere, y no es eso lo sorprendente sino que es gente que uno quiere. Al principio intenta uno ver el lado positivo y decir "sí, ya era justo, ya estaba sufriendo mcuho" pero después viene la imagen, el recuerdo, las frases, viene el reconocimiento de la pérdida y entonces uno no puede contener el llanto.
Cierto, ya era hora de que partiera, a sus 92 años se ha ido del mundo y el infierno empezó a partir de una caída. No fue esa la causa del fallecimiento, entró al quirófano y salió de nuevo, soportó la operación por haberse fracturado la cadera y cuando salió dijo a los camilleros que nomás que se recuperara bailaría con ellos la quebradita.
Nunca he querido ver los feretros abiertos, los cuerpos en descomposición porque prefiero conservar la imagen que tenía de mis seres queridos mientras vivían, esa sonrisa fresca y esas palabras de ánimo, la bendición quiza.
Tampoco soy de la idea de llorar a mares, porque me molestan aquellos que evocan cualquier recuerdo triste y lloran, gimen, gritan de dolor pero no lo sienten y también aquellos que llegan al velorio y lo primero que hacen es encaminarse morbosamente hacia donde está el cuerpo.
Quizá ella pagaba alguna cuota y por eso vivió tanto, tenía su genio y a veces era un amor, pero en otras un león. En el mejor de los casos no quiero juzgarla, simplemente me gustaría hacer un reconocimiento y a su valentía al aguantar tanto tiempo de vida, no sé si algún día yo pueda hacer lo mismo pero sí sé que temo a la vejez como a nada en el mundo. Ella no, podía tomarse su shut y bailar reggaeton con los sobrinos, levantarse a las 5 de la mañana a barrer la calle, preparar el desayuno para su hio, la comida para la familia de su hijo, planchar la ropa de su hijo, lavar la ropa de la familia, incluso preparar las guayabas en dulce que tanto le gustaban a su hijo, y luego de haber hecho todo esto tenía tiempo para ver la tele y pintarse las uñas.
Fue una mujer increíble que tenía todo mi respeto, daba una ternura incomparable y se conformaba con tan pocas cosas, una simple canción la hacía feliz, quizá una planta, se nos ha ido la viejita consentida, la última de la familia que quedaba en el barrio, la que nos daba la bendición a diario, nos curaba con pomada de la campana y nos cosía la ropa que necesitaba ajustes, se nos fue luego de los 500 puños que cosía a diario en sus buenos años, se nos fue luego de los 500 puños que le dio la vida y lo único que pedía era encontrar un rincón cerca del cielo, ya lo encontró...
Que en paz descanse...

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