Recuerdo que cuando era pequeña me acostaba en el sillón con las piernas extendidas en el respaldo, escuchando tiempo de vals e imaginando el momento de mis 15 años. Eso era lo que más me entusiasmaba. Con tantos viajes que Marvin y yo hemos hecho, ha venido a mi mente una idea en particular, hacer un libro de viajes para mis hijos.
Quiero que cuando crezcan sepan cómo nos enamoramos, pero también cómo son las playas de Cuba y sus calles, el sabor de su son y de su ron. Quiero que puedan imaginarse lo impresionante que es la sabana africana, contarles cómo es el silencio allá donde la naturaleza transcurre a su propio ritmo. Me imagino contándoles cuando estuvimos en Marruecos y descubrimos cómo hacían la Nutella local, un manjar de los dioses. Quiero contarles la vez que madrugamos para ver a los balineses ofrecer su día a la diosa Saraswati, la diosa de la sabiduría, y cómo para honrarla se metían al bravo mar, a fluir como el agua.
Quiero contarles cómo es el cielo estrellado más bonito que he visto con la isla a oscuras y en completo silencio, cómo fue la sensación de recolectarme con el mundo ancestral.
Sé que al paso del tiempo ellos tendrán sus propias historias mientras viajamos y después, cuando ellos viajen por sí solos. Pero también sé que puedo contarles que el mundo no tiene fronteras, que las hemos puesto nosotros, pero que su papá y yo nos hemos unido para atravesarlas, para llevarlos a explorar y a crecer, a conocer, que todo lo que hemos vivido y a lo que nos hemos atrevido es porque sabemos que será un legado para ellos, para que sean quienes elijan ser y no quienes "el mundo" quieren que sean. Si algo aprenderán desde chiquitos con su propia vivencia será lo que es la libertad.
Pero mientras eso ocurre, empezaré a escribir, empezaré a contarles nuestras memorias, la historia de cómo nos volvimos nómadas.
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