domingo, marzo 07, 2010

Él, ella...

-Marcela, mucho gusto- contestó auqel chico de 19 años, cabello chino y pestañas enchinadas.
Sentado, de perfil, se alcanzaban a ver sus labios repletos de gloss, su bolsa de mano color pajilla y sus manos pegadas al cuerpo, todo el tiempo. Miraba a un lado y al otro, buscaba la aprobación de los demás viajeros del transporte público, miraba al suelo para esquivar las miradas inquisidoras y pensaba en aquel chico que lo había saludado.
Él, ella, apenas había alcanzado a decir su nombre y su interlocutor había descendido en la siguiente estación.
"A lo mejor debí hacerle la plática, bajar con él en la misma estación aunque luego me regresara", "le habré gustado y por eso me habló", "y si sólo se estaba burlando de mí", "será que demasiado gloss me hace ver como una loca", "yo creo que fue la bolsa, como que no me combina con el pantalón de mezclilla, la blusa roja y la chamarra verde militar, soy pésima para combinar".
Su cabeza no dejaba de dar vueltas, y él, ella, no dejaba de sentir esas miradas.
"Ashh, otra vez esa mirada que me acusa de puto", "no señora, no soy niña aunque quisiera, nací con un pene y dos testículos", "si tan sólo tuviera el trasero de esa chica, se le ve divino, me voy a poner a ejercitar", "si no fuera por mis padres ya habría cambiado de sexo y me vestiría como lo que soy: na mujer".
Había tantas cosas que pasaban por su mente y que su cuerpo resentía. La ceja depilada, el manicure, la depilación laser de brazos y piernas, el rimel discreto en las pestañas. Si tan sólo hubiese llevado vestido se habría visto como una mujer en toda la extención de la palabra. Tenía un tono delicado de voz, facciones finas, dos montonsitos sobresaliendo en su chamarra, las manos expresivas e inquietas, de repente se tomaba las manos y se las acercaba al rostro, como si estuviera meditando algo.
Sus ojos eran la mejor parte al verlo, miraba de reojo, nervioso, cobnfundido, con miedo, buscando el respaldo de alguno de los presentes, buscaba alguien con quien identificarse, alguien que segurramente no estaba en los estándares de niña ni de niño.
Se abrió la puerta, bajó en la estación Zapata, camino un poco y volteó a la derecha mientras se cerraba otro vagón. Ahí lo vio, aquel al que estaba esperando, un chico como él, una niña luchando por ser reconocida por su esencia interna y no por su físico masculino. Sonrieron, se hablaron moviendo los labios, se guiñaron el ojo y el metro avanzo mientras ellas, ellos, trataban de prolongar el beso visual, el contacto, la caricia, el suspiro.
Nunca volvieron a verse, por supuesto, no sabían ni sus nombres, pero estando entre un mar de gente que le ve como deforme él, ella, encontró una luz, la luz que en realidad llevaba dentro, la luz que no había sido otra cosa que su reflejo en el vidrio.

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