jueves, febrero 07, 2008

Cuento fantástico para una muerte

Eran las 8 hora lunar, hora en la que los sueños se vuelven realidad, los que duermen en la eternidad despiertan, las nubes se vuelven de azucar y se comen, los duendes comenarices y los osos polares se esconden para no ser castigados, las brújulas pierden el rumbo, los jardines zen florecen y el País de Nunca Jamás se vuelve la Ciudad del Por Siempre.
A fin de cuentas no son tan distintos, su diferencia consiste en ser mundos paralelos que no se pueden encontrar aunque quienes los habitan pasen de uno a otro sin darse cuenta.
Fue justo a esa hora cuando Campanita, fantásticamente vestida de verde, voló hasta donde estaba Peter, no le importó si el aire iba en su contra, si tiraba árboles o derrumbaba casas, no reparo en si estaban eligiendo presidente o si había estallado algún coche bomba, vamos, ni siquiera se fijo si había subido el metrobus, simplemente voló.
Llegó hasta donde estaba Peter y le susurró lentamente al oído. Peter asentía con la cabeza y sus ojos se abrian más a cada hora que pasaba, porque allá las horas duran lo que dura un minuto en la Tierra. Preguntó a campanita si estaba segura de lo que decía, ella dijo que sí y Peter se disculpó con las visitas que estaban en su mesa, advirtió que tenía una emergencia y se fue.
Quizo volar pero se había nublado el cielo y comenzaba a llover, pensó en irse en metro pero resultó que un convoy se había quedado en un túnel debido a que hubo una falla eléctrica y entonces tuvo que tomar el camino largo, caminar.
Pasó 8 kilómetros bajo la lluvia, siguiendo el rastro que Campanita dejara con su vuelo. Cada kilómetro, que en realidad es un metro terrenal pero se recorre 10 veces más lento, Peter iba pensando en la noticia que Campanita le había dado, creyó que estaba llorando pero la lluvia indicaba que en realidad las lagrimas de su rostro eran obra suya.
Finalmente llegó, cansado, parecía zombi y no sabía qué hacía ahí, estaba en shock, fue entonces cuando Campanita volvió a hablarle al oído. Él gritó, sus manos institntivamente buscaban el cuerpo de Wendy. Llegó hasta donde estaba el mar, vio los barcos del capitán Garfío y gritó el nombre de Wendy 8 veces seguidas, la novena fue un simple susurro.
Las sirenas dijeron haberla visto cuando todos durmieron, pero no recordaron en dónde, la buscaron debajo del mar pero sólo encontraron sus aretes de estrella de mar.
Peter siguió caminando, tenía que encontrarla antes de que volvieran a pasar de la Ciudad del Por Siempre pero una marcha obstruía su pasocomo si fueran antílopes en apareamiento. Fue cuando todos terminaron de pasar que Peter la vió recargada de una roca casi en la orilla del mar. Corrió a abrazarla, la besó en la boca y en los ojos y en las mejillas, le besó las manos y también los pies, le acarició el cabello, le beso el lunar que tenía en su seno izquierdo y también el que ocultaba en la espalda, pero ella no se molestó en dirigirle la mirada.
Él pensó que ella estaba enojada, le pidió perdón y con sus lágrimas enjugó sus pies, los besó... Pensó que con sus besos, sus palabras, su llanto, podría obtener su perdón, su mirada, sus besos, su amor de nuevo.
Todos se acercaron hasta donde él estaba, lo miraban conmovidos y sabían que pronto pasarían de nuevo al País de Nunca Jamás, en el que todos dormían pero nadie sabía como decirle a Peter que ella no lo perdonaría, no podían articular una sola palabra.
Entonces Campanita volvió a susurrarle al oído lo mismo que había susurrado horas antes, las miasmas palabras que quizá Peter nunca entendió o que prefirió no entender para no sentirse sobre aviso... "Peter, Wendy no despertó..."

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